La cuestión de los sin techo siempre me ha impactado mucho, desde pequeño he tenido la sensación de que el haber gente sucia que dormía en la calle no era algo muy bueno. Sin saber bien por qué, en los últimos años la cuestión me venía más y más a la cabeza, pensaba "¿cómo es posible que esta gente esté ahí tirada y que nadie haga nada?". De hecho, me parecía tan impactante que lo más fácil era no pensar en ello. Pero, al mismo tiempo, no me salía pararme a hablar con ellos, tenía una mezcla de vergüenza y miedo. No veía que nadie se parara a hablar con ellos, a preguntarles que tal, y yo, como nunca he sido demasiado de tomar la iniciativa, pues tampoco hacía nada.
Que me de miedo puedo entenderlo, es algo desconocido, algo que nunca me habían enseñado a tratar (en todo caso me habían enseñado a temer), pero ¿ vergüenza?, eso ya es un poco más difícil de digerir. En mi opinión, y al menos en mi caso, pienso que es porque su sufrimiento, evidente, refleja el nuestro, oculto. El hecho que esa persona esté así me parece una consecuencia de nuestro modo de vida actual. Nuestra sociedad actual es como un tren del que, si te bajas, te va a resultar dificultad volver a subir. Y, como la cosa va así, uno no se va a parar a ayudar a alguien descarriado, no vaya a ser que nos tire del tren también a nosotros. De hecho, tal y como anda el panorama, en esta sociedad de apariencias, el mero hecho de que nos vean con un descarriado ya es "mal síntoma".
Al final, y coincidiendo que un amigo conocía a gente que lo hacía, me metí en una ONG que se dedicaba a hacer rutas callejeras para hablar con los sin techo y darles café o algo caliente. "Lo importante es darles conversación", como decían allí. La experiencia, que para mí duro unos siete meses, me enseñó bastantes cosas, me quitó bastantes prejuicios, pero, en lo básico, me reforzó las ideas que ya sospechaba.
Para mí, y dejando al margen las cuestiónes que llevan a a uno a quedarse en la calle (generalmente ruptura de las relaciones familiares y perdida de empleo), es evidente que la cuestión de la gente sin hogar está formada por dos problemáticas. Una, la material, el no tener dinero ni una casa que te proporcione calor, comodidad, seguridad e intimidad. Esto es en lo que primero se piensa respecto a este asunto, es lo que le vendría a la cabeza a un niño, "ala no tiene casa, ni ducha". La otra, no tan evidente y que, en mi opinión, muchas veces es más importante que la primera, es la vergüenza, el no sentirse dignos en esa situación. Lo malo se ser un sin techo no son solo las carencias materiales, también existe un importante factor psicológico, el sentirse avergonzado. Eso es al menos lo que yo he visto y lo que, echando un vistazo a esta sociedad, parece también bastante lógico. Y es que, claro, uno se da cuenta del trato del ciudadano medio hacia las personas sin hogar, con sus miradas de condescendencia, una condescendencia que refleja una gran incomprensión sobre el problema, y parece difícil sentirse de otra forma. Caer en la calle y no sentir vergüenza pienso que es algo enormemente difícil, ahora, si alguien es capaz de lograrlo, chapó, para mí ha vencido la hipocresía actual, está por encima de esas improductivas miradas de lástima.
Y, este segundo problema, está causado por nuestra forma de vida actual, por nuestra hipocresía y falsedad, por ser partícipes de un estilo de vida (muchas veces sin darnos cuenta, por dar por hecho que "esto es sencillamente lo que hay") que fomenta esa exclusión. El hecho de que se le llame un problema de exclusión social me parece muy revelador, pues, para mí, el "malo de la película" es el que excluye, no el excluido. Digo esto porque siempre se plantea el problema enfocándolo hacía la persona que está en la calle, y la solución pasa porque salga de la exclusión. ¡No se condena la exclusión misma! Esto, el sentido material que he señalado, está bien, pero en la cuestión psicológica me parece una contradicción, y una contradicción dolorosa.
Creamos una sociedad que genera exclusión pero, cuando la gente es excluida, queremos sacarla de ahí para que entre a la parte de los que excluyen, sin cuestionar la dinámica que genera el problema. De hecho, en muchas ocasiones, somos los mismos que excluimos, los que, sin querer cambiar aquello que genera el problema, queremos rescatar al excluido, para calmar nuestra conciencia. Es algo extraño, con una mano causamos el daño y con la otra, y sin darnos cuenta de que el destrozo es nuestro, pretendemos arreglarlo. ¿No habrá que ir a las causas primeras de las cosas?
Esta incapacidad de ver que es uno mismo el que excluye fue una de las cosas que más me llamó la atención en la ONG, y una de las razones por las que lo dejé (otra era el sentirme emocionalmente más cercano a la tristeza del sin techo que al buenrrollismo del voluntario, lo que me generaba una desagradable contradicción). El trato era "vamos a ayudarles, pobrecillos" pero creando una distinción clara, un "si, te ayudo, pero no te confundas, yo soy el solidario y tú el mendigo". Una cosa cosa curiosa era que, una vez terminada la ruta, los voluntarios solían irse a tomar unas cervezas y reírse, lo cual me producía bastante contradicción, parecía que lo hubiesen hecho obligados y que , ahora, ya sin la carga, pudiesen relajarse. No sé, si lo que nos une es ayudar a los excluidos, ¿por qué no invitarles a tomar algo?. Y muchos iban ahí porque no tenían nada mejor que hacer o para buscar amigos. En fin, algo que me descolocaba bastante.