domingo, 30 de octubre de 2011

Dudas sobre la libertad de expresión

La libertad de expresión es algo que me descoloca, no consigo saber donde está el límite de lo que es correcto decir y lo que no. Parece claro que insultar o maltratar a alguien ya es pasar el límite pero ¿que es un insulto? ¿Qué es un maltrato? No es algo que esté tan claro, muchas personas se les dice la verdad y se lo toman como una ofensa. Se indignan.

 Por otro lado, hay formas y formas de decir las cosas, uno puede decir algo de una manera correcta y educada pero con las peores intenciones (estoy pensando en el típico rebuscado con cara de angelito y que no te va a ofrecer nada bueno), sin embargo, una persona puede expresarse mal y con palabras fuertes pero tener la mejor intención (estoy pensando en el típico "macarra majete" de carácter fuerte y que, sin maldad, dice todo lo que le pasa por la cabeza). Yo prefiero al brusco sin dobleces, me encantan los protagonistas de "Alguien voló sobre el nido del cuco" o de "Mejor imposible" (ambos representados por Jack Nicholson, por cierto)

No sé, muchas veces, especialmente al responder a comentarios en discusiones en Internet, pienso "no, eso no voy a decírselo así, no vaya a ser que se lo tome a mal" y me pongo a adecentar el texto para ser menos ofensivo, y lo que queda al final es un recato que no se corresponde nada con lo que quería expresar. Me jode. Si, paso de ser quizás un poco brusco o directo (y digo quizás, pues no estoy seguro) a una insípida corrección que expresa mucho peor lo que quiero decir. Mi intención no es hacer daño pero pienso "uf, esto quizás sea ofensivo" y empiezo a retocar. Y tengo la duda de no saber si peco de hablar más de la cuenta sin tener en cuenta los sentimientos de los demás o de cortarme al expresarme.

Curiosamente me pasa menos en la vida real, quizás porque la expresión corporal aclara las intenciones. 

sábado, 22 de octubre de 2011

El sin techo, el inconsciente del ciudadano

La cuestión de los sin techo siempre me ha impactado mucho, desde pequeño he tenido la sensación de que el haber gente sucia que dormía en la calle no era algo muy bueno. Sin saber bien por qué, en los últimos años la cuestión me venía más y más a la cabeza, pensaba "¿cómo es posible que esta gente esté ahí tirada y que nadie haga nada?". De hecho, me parecía tan impactante que lo más fácil era no pensar en ello. Pero, al mismo tiempo, no me salía pararme a hablar con ellos, tenía una mezcla de vergüenza y miedo. No veía que nadie se parara a hablar con ellos, a  preguntarles que tal, y yo, como nunca he sido demasiado de tomar la iniciativa, pues tampoco hacía nada.

Que me de miedo puedo entenderlo, es algo desconocido, algo que nunca me habían enseñado a tratar (en todo caso me habían enseñado a temer), pero ¿ vergüenza?, eso ya es un poco más difícil de digerir. En mi opinión, y al menos en mi caso, pienso que es porque su sufrimiento, evidente, refleja el nuestro, oculto. El hecho que esa persona esté así me parece una consecuencia de nuestro modo de vida actual. Nuestra sociedad actual es como un tren del que, si te bajas, te va a resultar dificultad volver a subir. Y, como la cosa va así, uno no se va a parar a ayudar a alguien descarriado, no vaya a ser que nos tire del tren también a nosotros. De hecho, tal y como anda el panorama, en esta sociedad de apariencias, el mero hecho de que nos vean con un descarriado ya es "mal síntoma". 

Al final, y coincidiendo que un amigo conocía a gente que lo hacía,  me metí en una ONG que se dedicaba a hacer rutas callejeras para hablar con los sin techo y darles café o algo caliente. "Lo importante es darles conversación", como decían allí. La experiencia, que para mí duro unos siete meses, me enseñó bastantes cosas, me quitó bastantes prejuicios, pero, en lo básico, me reforzó las ideas que ya sospechaba. 

Para mí, y dejando al margen las cuestiónes que llevan a a uno a quedarse en la calle (generalmente ruptura de las relaciones familiares y perdida de empleo), es evidente que la cuestión de la gente sin hogar está formada por dos problemáticas. Una, la material, el no tener dinero ni una casa que te proporcione calor, comodidad, seguridad e intimidad. Esto es en lo que primero se piensa respecto a este asunto, es lo que le vendría a la cabeza a un niño, "ala no tiene casa, ni ducha". La otra, no tan evidente  y que, en mi opinión, muchas veces es más importante que la primera, es la vergüenza, el no sentirse dignos en esa situación. Lo malo se ser un sin techo no son solo las carencias materiales, también existe un importante factor psicológico, el sentirse avergonzado. Eso es al menos lo que yo he visto y lo que, echando un vistazo a esta sociedad, parece también bastante lógico. Y es que, claro, uno se da cuenta del trato del ciudadano medio hacia las personas sin hogar, con sus miradas de condescendencia, una condescendencia que refleja una gran incomprensión sobre el problema, y parece difícil sentirse de otra forma. Caer en la calle y no sentir vergüenza pienso que es algo enormemente difícil, ahora, si alguien es capaz de lograrlo, chapó, para mí ha vencido la hipocresía actual, está por encima de esas improductivas miradas de lástima.

 Y, este segundo problema, está causado por nuestra forma de vida actual, por nuestra hipocresía y falsedad, por ser partícipes de un estilo de vida (muchas veces sin darnos cuenta, por dar por hecho que "esto es sencillamente lo que hay") que fomenta esa exclusión. El hecho de que se le llame un problema de exclusión social me parece muy revelador, pues, para mí, el "malo de la película" es el que excluye, no el excluido. Digo esto porque siempre se plantea el problema enfocándolo hacía la persona que está en la calle, y la solución pasa porque salga de la exclusión. ¡No se condena la exclusión misma! Esto, el sentido material que he señalado, está bien, pero en la cuestión psicológica me parece una contradicción, y una contradicción dolorosa.

 Creamos una sociedad que genera exclusión pero, cuando la gente es excluida, queremos sacarla de ahí para que entre a la parte de los que excluyen, sin cuestionar la dinámica que genera el problema. De hecho, en muchas ocasiones, somos los mismos que excluimos, los que, sin querer cambiar aquello que genera el problema, queremos rescatar al excluido, para calmar nuestra conciencia. Es algo extraño, con una mano causamos el daño y con la otra, y sin darnos cuenta de que el destrozo es nuestro, pretendemos arreglarlo. ¿No habrá que ir a las causas primeras de las cosas? 

Esta incapacidad de ver que es uno mismo el que excluye fue una de las cosas que más me llamó la atención en la ONG, y una de las razones por las que lo dejé (otra era el sentirme emocionalmente más cercano a la tristeza del sin techo que al buenrrollismo del voluntario, lo que me generaba una desagradable contradicción). El trato era "vamos a ayudarles, pobrecillos" pero creando una distinción clara, un "si, te ayudo, pero no te confundas, yo soy el solidario y tú el mendigo". Una cosa cosa curiosa era que, una vez terminada la ruta, los voluntarios solían irse a tomar unas cervezas y reírse, lo cual me producía bastante contradicción, parecía que lo hubiesen hecho obligados y que , ahora, ya sin la carga, pudiesen relajarse. No sé, si lo que nos une es ayudar a los excluidos, ¿por qué no invitarles a tomar algo?. Y muchos iban ahí porque no tenían nada mejor que hacer o para buscar amigos. En fin, algo que me descolocaba bastante.

lunes, 17 de octubre de 2011

La universidad; otro timo más

La universidad, ¿por qué pasé en esos edificios siete años y medio de mi vida? ¡Qué poco aprendí! Qué absurdo. Cuando veo a gente que ansía una carrera o que idealiza a los universitarios pienso "que ingenuidad, ¿cómo se puede estar tan confundido?". No aprendí nada en la universidad, ni yo, ni casi nadie. Tal vez haya alguno extraño por ahí que tuviese un verdadero interés, pero pocos. La universidad es, como muchas otras cosas, un cuento chino.  Excepto que se tenga un interés genuino por la materia, y eso no suele ser el caso (y si lo es no necesitarías ir a la universidad para dominar el tema), es un mercadeo más, un aprender como un loro para aprobar exámenes y tener un título que dice más bien poco de lo que sabes. En todo caso es un indicador de conformismo, de que has hecho "lo que tenías que hacer". 

Esto es especialmente claro en las ciencias sociales y en letras, pues en ciencias, y sobre todo en medicina, reconozco que es necesario estar acreditado. En serio, yo he estudiado Economía en la Universidad Complutense de Madrid y es de chiste, nadie aprende nada, no se enseña a pensar de manera crítica, los profesores son, con raras excepciones, malísimos (y es que están ahí, porque saben de la materia y porque, al ser investigadores universitarios, se les obliga a dar clase , no porque tengan una vocación docente) y se nos ponían a enseñar modelos económicos ( representaciones matemáticas que simplifican la realidad para así estudiarla) sin explicar porque se nos enseñaba eso o como podría utilizarse eso en la realidad. Y en más de una asignatura te daban el temario dictando, ¡dictando!, como a los niños pequeños.

 Por otro lado, los profesores te enseñan de Economía sin tener ni idea de como es el mundo laboral ni esa misma economía en el mundo real, porque claro, ellos están ahí en su puesto público bien tranquilitos. No se habla ni de alienación, ni del enorme conformismo y sectarismo de las corporaciones, ni de nada. Y es que de eso no saben nada, solo están ahí con sus matemáticas y sus teorías. Se habla de personas como capital humano, literalmente. Es una desconexión de la realidad total.

La mayoría de personas que terminan una carrera de ciencias sociales se dedica a cosas que apenas tienen que ver con lo que han estudiado. En Economía, la mayoría termina trabajando en banca, cosa que apenas se estudia en la carrera y que podría hacer casi cualquiera, o en consultoras, haciendo trabajos que apenas apenas requieren de los temarios que se imparten en la universidad. 

En serio, es absurdo. ¡Que perdida de tiempo! Y en sitios como Estados Unidos, que la gente se endeuda hasta las cejas, ¡madre mía!


Si te interesa un tema te lo estudias y punto, es más productivo y te dejas de tanta parafernalia. Después, a la hora de buscar empleo, que será uno que realmente quieras, le demuestras al entrevistador que sabes del tema y punto. Y, cuando uno sabe de algo, eso se nota a la legua, no hay porque andarse con humillantes y ridículas entrevistas de trabajo, donde se busca casi más una "actitud positiva", es decir, conformista, que verdaderos conocimientos y cualidades.





NOTA:  Esto tampoco es una apología contra la universidad en si misma, más bien contra la irracionalidad que existe en ella.


miércoles, 12 de octubre de 2011

Tristeza y desfile militar

Hoy siento esa presión del "no soy nadie" encima mío. Debajo de eso, aunque me bombardeen pensamientos de "tienes que conseguir esto o lo otro",  lo que hay es tristeza.

Hoy, a las ocho de la mañana, después de no haber pegado ojo en toda la noche y con la intención de no dormirme ya a esa hora, y tratar así de poner el sueño en su sitio, me he bajado a Madrid, a ver desfile de las fuerzas armadas. Nunca lo había visto en directo y me daba curiosidad. Aunque tal vez fuese una forma de evasión o de participar en algo social, de  ese obligatorio, aunque no directamente, "tienes que hacer algo".

Mi tristeza ha hecho un paréntesis al empezar el jaleo del desfile. ¡Joder, menuda maquinaria!, ¡vaya tanques! Para eso soy como un niño. Todos los allí presentes, la parte más conservadora de España, estallaban de entusiasmo al ver pasar la primera linea de carros de combate. Me he preguntado si toda esa masa, embriagada por el poderío militar, sabría en realidad para que se utilizaban todos esos cañones. Si, impresiona y tal vez haya que estar preparado para defenderse de posibles ataques pero, ¿es bonito? ¿es digno de alabanza?

 El niño de mi lado le pregunta a su padre, "papa, ¿para que son esos cañones?", el padre, bonachón y sonriente, le contesta, "para disparar a los malos". Me han dado ganas de decirle "bueno, y a los no tan malos". Pero no lo he hecho.

Pero basta ya de desfiles militares, yo he venido aquí hablar de mi tristeza... Aunque ya se me ha ido, ya me he desconectado de mi mismo. ¡Maldito desfile! ¿Quien me manda distraerme con eso? ¿Acaso no es prioritario sacar esta pena que llevo dentro? ¿No es eso lo más importante? ¡Qué le den al desfile, estoy triste! A decir verdad, me he sentido de lo más solo allí, rodeado de familias aparentemente felices, aparentemente unidas por la patria. ¡Pues yo no me he sentido arropado! Me he sentido muy extraño. Y no he visto nada bonito, no he visto alegría. Fanatismo es lo que he visto, violencia disfrazada de "familias de bien" y de "amor a la patria".

Pero, ¿acaso buscaba allí algo de calor? Que ingenuo soy.

Ya me enfado, y no quería. ¡Pero si es que yo no quería ir allí, tampoco era de lo que quería haber hablado de eso aquí! Otra vez el "deber ser" por todos lados, un deber ser que ya no es ni deber ni nada, es pura estupidez.

¿Cuándo podré decir y hacer lo que realmente siento? ¿Acaso es pedir demasiado?


sábado, 1 de octubre de 2011

Y nada, que me sigo ilusionando

Hoy es uno de esos días que me he vuelto a ilusionar, ¡que trampa la ilusión!. Me he dado una vuelta por Madrid centro y ha sido una tarde agradable, me sentido bastante contento y tranquilo. Sin embargo, después me he ilusionado, me he puesto a hacerme pajas mentales; que si todo va ir bien, que si voy a llegar a ser esto o lo otro, que voy a encontrar una chica que vaya conmigo, que si voy a terminar de centrarme... Además, son ilusiones impuestas (¿no lo son todas?)  ¡Son los imperativos actuales!

 No es que me parezca mal encontrarme bien, no soy masoquista, pero ilusionarme, tratar de gozar ahora un  idealizado, diría incluso no deseado, "futuro mejor", me parece, en si mismo, un error. ¿Por qué no vivir las cosas como vienen y punto? Es que no me sienta nada bien, me hacen perder la serenidad, el realismo e incluso esa felicidad que momentáneamente he vivido.

Al escribir esto una voz me dice ( una voz no sonora... no me tachéis de loco, malditos): "hombre, ¿como eres así? Claro que si hay ilusiones sanas, ¿como vas a vivir sin ilusión?" Es posible, pero yo no las he encontrado. De todas maneras, ¿por qué ese empeño con la ilusión y los planes? ¿Tan malo es el presente? Cada día entiendo menos.