miércoles, 29 de febrero de 2012

Las fechorías del valor y del miedo (E.M. Cioran)

Tener miedo es pensar continuamente en sí mismo y no poder imaginar un curso objetivo de las cosas. La sensación de lo terrible, la sensación de que todo ocurre contra uno, supone un mundo concebido sin peligros indiferentes. El miedoso -víctima de una subjetividad exagerada- se cree, en mayor medida que el resto de los humanos, el blanco de acontecimientos hostiles. En este error se aproxima al valiente, que en las antípodas no vislumbra por todas partes más que invulnerabilidad. Los dos han alcanzado el punto álgido de una conciencia infatuada de sí misma: contra el uno,todo conspira; para el otro, todo es favorable. (El valeroso no es sino un fanfarrón que abraza la amenaza, que huye hacia el peligro.) El uno se instala negativamente en el centro del mundo, el otro positivamente; pero su ilusión es la misma, pues su conocimiento tiene un punto de partida idéntico: el precio claro con respecto a las cosas, lo refieren todo a ellos, están demasiado agitados (y todo el mal en el mundo viene de un exceso de agitación, de las ficciones dinámicas de la bravura y la cobardía). Así, esos ejemplares antinómicos y parejos son los agentes de todos los disturbios, los perturbadores de la marcha del tiempo; colorean afectivamente el menor esbozo de suceso y proyectan sus designios enfebrecidos sobre un universo que -a menos de un abandono a tranquilos ascos- es degradante e intolerable. Valor y miedo, dos polos de una misma enfermedad consistente en conceder abusivamente un significado y una gravedad a la vida... Es la falta de amargura perezosa la que hace de los hombres bestias sectarias: los crímenes más matizados tanto como los más groseros son perpetrados por los que se toman las cosas en serio. Sólo el dilettante no tiene gusto por la sangre, sólo él no es criminal...

E.M. Cioran

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